El taxi voló de forma inclinada para sortear un edificio, saltando entre los casi horizontales rayos del sol vespertino. Se encontraron inmersos en un inesperado claro en el bosque de fortificaciones verticales que constituían el paisaje urbano de Nouvelle Paris.
Inclinó la cabeza para mirar por la ventana, distraído de sus quehaceres cotidianos por unos instantes… Y allí la vió, visible entre los restos de líneas que una vez formaron calles a nivel del suelo, entre los círculos de los cráteres que intencionadamente se habían dejado como recordatorio de la barbarie humana.
La Torre Eiffel, o más bien, las ruinas retorcidas de lo que quedaba de ella, se erguía empequeñecida, tímida, como una anciana encojida por la edad y el tiempo en medio de gigantes más jóvenes. Presidiendo el centro del casco urbano de la Vieja París, maquillada con el holograma que la coronaba tan grande y esplendorosa como lo fue en su momento. Sólo el orgullo patrio tan propio de los franceses había evitado que la derribaran y fuera sepultada en los cimientos de una ciudad que continuaba creciendo hacia los cielos.
El taxi volvió a girar para adentrarse de nuevo en el distrito comercial, esto lo sacó de la melancolía repentina y volvió a echar una cabezadita en los breves momentos que tenía antes de comenzar el día.
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